La propiedad intelectual en la era de la iA: ¿a quién protegemos realmente?


El fuego crea y destruye.

Ilumina y consume.

Transforma la materia y libera energía.

La inteligencia artificial se comporta hoy como ese fuego primordial: alumbra nuevos horizontes mientras calcina estructuras que creíamos inamovibles.

Estos días presenciamos otro capítulo de esta transformación. Las nuevas funcionalidades de ChatGPT con su modelo nuevo GPT-4o permiten tomar cualquier imagen y aplicarle estilos gráficos específicos, incluido el inconfundible trazo que evoca al Studio Ghibli, ese templo sagrado de la animación japonesa. La controversia no tardó en encenderse. En redes sociales y foros especializados, creadores y puristas del arte expresan preocupación ante lo que muchos consideran una apropiación indebida de estilos visuales que han requerido décadas para perfeccionarse. Y hay validez en esta inquietud: cada trazo, cada paleta de color, cada técnica compositiva de estos estilos icónicos representa años de refinamiento que ahora pueden emularse en segundos.

Sin embargo, esta tensión nos invita a una reflexión más profunda.

¿La propiedad intelectual ha servido realmente al florecimiento colectivo de la creatividad humana, o ha sido principalmente un instrumento de acumulación para unos pocos?

El mito de la propiedad intelectual como democracia creativa

Existe una narrativa reconfortante: la propiedad intelectual protege al creador individual, al artista solitario, al inventor en su garaje. Les otorga tiempo y espacio para que sus innovaciones florezcan antes de ser devoradas por el mercado. En teoría, democratiza la posibilidad de vivir de la creación.

La realidad estadística cuenta otra historia.

Lawrence Lessig, en su obra "Free Culture", documenta cómo los sistemas de copyright y patentes han sido progresivamente capturados por grandes corporaciones, transformando una herramienta supuestamente democratizadora en un mecanismo de concentración de poder.

El caso de Mickey Mouse resulta emblemático de esta distorsión.

Disney, corporación nacida de la reinterpretación de obras de dominio público (desde los cuentos de los hermanos Grimm hasta "La Bella y la Bestia"), ha presionado sistemáticamente para extender los plazos de copyright, logrando proteger sus personajes por más de 90 años. Muy lejos de la intención original que buscaba un balance entre incentivo creativo y beneficio público.

¿Cuántos creadores independientes se benefician realmente de estas extensiones?

Muy pocos.

La inmensa mayoría de obras comerciales agotan su potencial económico en sus primeros años. Las extensiones desmesuradas del copyright no protegen principalmente a creadores individuales, sino a catálogos corporativos. [+ info en perplexity]

La alquimia digital y la transmutación de la creatividad

La inteligencia artificial está transmutando los fundamentos mismos de cómo entendemos la creación. No es simplemente una herramienta más en nuestro toolkit; es un catalizador que descompone y reconfigura nuestra relación con las ideas, los estilos y las expresiones. Tal vez, hasta con nosotros mismos.

Las plataformas que aprenden del acervo cultural colectivo y luego generan nuevas formas basadas en esos patrones están desafiando una noción fundamental: la originalidad absoluta. Esta idea de la creatividad ex nihilo —creación desde la nada— es en realidad un mito relativamente reciente en la historia humana, consolidado durante el Romanticismo y posteriormente mercantilizado en el capitalismo industrial.

Los grandes maestros del Renacimiento no operaban bajo este paradigma. Aprendían copiando a sus maestros, trabajaban en talleres colectivos donde la línea entre creador y asistente era difusa, y consideraban la imitación como un paso necesario hacia la maestría. Leonardo Da Vinci no demandó a sus numerosos aprendices por "copiar su estilo".

Reevaluando nuestras estructuras en el atanor digital

Lo que presenciamos hoy va más allá de una simple crisis de propiedad intelectual. Es una invitación para reexaminar las estructuras que definen cómo valoramos, compartimos y construimos sobre el trabajo creativo.

Tres perspectivas que considero merecen nuestra atención:

1. De la escasez a la abundancia

El paradigma de propiedad intelectual nació en un mundo de escasez material. Cuando reproducir una obra requería esfuerzo físico significativo (reimprimir un libro, recrear una pintura), la escasez era una condición natural que facilitaba el control.

La información digital existe en un paradigma de abundancia.

Puede multiplicarse infinitamente sin degradación en el entorno digital y a costo marginal cercano a cero.

Las leyes de propiedad intelectual intentan reimponer artificialmente la escasez sobre esta abundancia natural. Una batalla que la historia sugiere será, en el largo plazo, insostenible.

2. De la apropiación individual a los comunes creativos

Nuestra actual concepción de propiedad intelectual privilegia la apropiación individual sobre el cultivo de comunes creativos. Sin embargo, toda innovación está inevitablemente entrelazada con el acervo cultural colectivo del que emerge.

Ningún estilo —ni siquiera el de Studio Ghibli— surge de la nada. Es una síntesis única de influencias previas, desde las tradiciones pictóricas japonesas hasta animadores occidentales como Disney (quien a su vez se inspiró en otros). La innovación cultural es inherentemente conversacional; es un diálogo a través del tiempo.

3. Del control a la amplificación

El modelo de propiedad intelectual actual prioriza el control sobre la amplificación. Se enfoca en restringir quién puede construir sobre ideas existentes, en lugar de facilitar su evolución y multiplicación.

Pero la historia sugiere que los momentos de mayor florecimiento cultural ocurren precisamente cuando las ideas fluyen libremente, son reinterpretadas y remezcladas sin restricciones excesivas. El Renacimiento no habría sido posible bajo nuestro actual régimen de propiedad intelectual.

Cuestionando lo que ya no sirve: más allá de la propiedad intelectual

Mientras debatimos sobre la propiedad intelectual, vale la pena preguntarnos si no estamos simplemente defendiendo una pieza de un sistema que ya ha demostrado ser profundamente disfuncional en muchos otros aspectos.

La publicidad moderna, por ejemplo,

¿es realmente un vector de información útil o se ha convertido en propaganda sofisticada que nos empuja a consumir productos que no necesitamos, que no mejoran nuestras vidas y que en ocaciones nos enferman?

Lo viví de cerca.

Hace un par de años, mientras visitaba a mi madre en Puerto Rico durante varios meses, presencié algo revelador. Observé cómo el ritmo diario de personas mayores orbita alrededor del televisor. La televisión se convierte en su ventana al mundo. Y lo que vi fue perturbador.

Un bombardeo constante. Un flujo incesante de "noticias" diseñadas para moldear opiniones y lejos de informar e instruir. Para servir intereses económicos específicos. La maquinaria de extracción industrial aplicada ahora a la atención y el pensamiento.

Y entre noticiero y noticiero, lo más revelador: un desfile interminable de publicidad farmacéutica. Medicamentos potentes. Soluciones químicas para problemas que muchas veces la misma sociedad industrial ha creado. El ciclo perfecto: generar miedo a través de noticias alarmistas y luego vender soluciones químicas para la ansiedad resultante.

En un sistema económico donde la competencia feroz erosiona continuamente los controles de calidad, hemos construido industrias completas que, en lugar de mejorar la vida humana, se dedican a manipular nuestras decisiones.

Nos hemos convertido en una sociedad adicta al consumo sin propósito, atrapada en ciclos de deseo artificialmente inducidos. Gastamos nuestro tiempo creativo —nuestro recurso más valioso— diseñando estrategias para vender más, no para vivir mejor. Dedicamos nuestro ingenio a capturar atención, en vez de cultivar bienestar.

¿No es este, entonces, el momento ideal para cuestionar quién tiene derecho a usar cierto estilo gráfico, y más importante aún, para qué lo estamos utilizando?

La disrupción que trae la inteligencia artificial no es solo técnica y legal, es una invitación a reexaminar desde sus cimientos el propósito de la creatividad humana. Si este fuego está quemando algunas estructuras, quizás debamos preguntarnos si realmente merecían seguir en pie.

Los líderes de la clase creativa tienen ahora una responsabilidad que trasciende la defensa de modelos de negocio existentes. Se trata de reorientar el poder creativo hacia fines que genuinamente eleven la condición humana, que regeneren en lugar de extraer, que conecten en lugar de manipular.

Hacia un nuevo contrato social

No propongo una abolición ingenua de toda forma de propiedad intelectual. Los creadores merecen sustento y reconocimiento. La cuestión es cómo diseñar sistemas que equilibren genuinamente incentivos individuales con florecimiento colectivo en esta nueva era, mientras reorientamos el propósito mismo de la creación.

Algunas direcciones prometedoras emergen:

  • Modelos de atribución y contribución: Sistemas que reconocen tanto las fuentes de inspiración como las nuevas contribuciones, visualizando la creación como una red de influencias en lugar de islas aisladas.
  • Licencias flexibles y temporales: Protecciones que evolucionen con el ciclo de vida natural de las obras, permitiendo mayor control inicial y liberación progresiva hacia los comunes. Las licencias Creative Commons ya han pavimentado este camino, ofreciendo un espectro de opciones desde "algunos derechos reservados" hasta el dominio público, permitiendo a los creadores compartir sus obras manteniendo reconocimiento mientras facilitan la reutilización.
  • Compensación basada en uso: Mecanismos que generen ingresos para creadores cuando sus obras son utilizadas o influencian nuevas creaciones, sin necesariamente restringir esos usos.
  • Infraestructura blockchain para transparencia creativa: La tecnología blockchain, más allá de las criptomonedas, ofrece posibilidades revolucionarias para registrar atribuciones, gestionar licencias y distribuir compensaciones de manera transparente y automática. Plataformas como Zora.co representan esta visión, proporcionando protocolos de código abierto que permiten a los creadores publicar, intercambiar y monetizar contenido digital con transparencia total sobre la procedencia y distribución de valor. A diferencia de las plataformas tradicionales que extraen valor mediante comisiones elevadas y términos opacos, Zora establece un mercado descentralizado donde las reglas están codificadas públicamente y benefician directamente a los creadores. Los contratos inteligentes pueden codificar derechos y obligaciones, permitiendo que las obras digitales generen microcompensaciones a sus creadores sin intermediarios. Los NFTs, pese a la volatilidad de su mercado, han demostrado que es posible asignar "escasez verificable" a lo digital sin restringir su acceso.
  • Economías creativas descentralizadas y DAOs: Las criptomonedas y tokens de utilidad pueden financiar comunes creativos a través de Organizaciones Autónomas Descentralizadas (DAOs), donde comunidades —no corporaciones— determinen colectivamente cómo se valora, comparte y recompensa la creación. Estas estructuras de gobernanza descentralizada permiten que los creadores y sus comunidades establezcan sus propias reglas, voten sobre la distribución de recursos y evolucionen protocolos sin intermediarios centralizados. DAOs como Nouns, Friends With Benefits o Cabin están experimentando con nuevos modelos donde la propiedad intelectual colectiva coexiste con la compensación justa a creadores individuales, democratizando tanto la toma de decisiones como la distribución del valor generado.
  • Colectivos creativos con nuevos modelos de propiedad: Plataformas como Metalabel.com están reinventando la relación entre creadores y sus comunidades, permitiendo a artistas, músicos y otros creativos formar "sellos" (labels) que funcionan como entidades colectivas con propiedad y gobernanza compartidas. Estos modelos híbridos combinan la curaduría artística tradicional con mecanismos de web3 para distribuir valor. Por su parte, Subvert.fm desarrolla la infraestructura necesaria para que los músicos mantengan el control total de su trabajo, conecten directamente con sus seguidores y reciban financiamiento sin intermediarios. A través de un modelo cooperativo y descentralizado, busca empoderar a los artistas, permitiéndoles compartir los beneficios con sus comunidades mientras preservan la propiedad de sus creaciones. La plataforma ha sido diseñada para evolucionar mediante la participación directa de artistas y sellos discográficos. Este modelo asegura un sistema justo y transparente donde los músicos reciben apoyo financiero de sus seguidores sin intermediarios, evitando así los acuerdos desfavorables típicos de la industria tradicional. Estos experimentos representan los primeros pasos hacia ecosistemas donde la propiedad intelectual sirve principalmente al florecimiento creativo y al sustento de los creadores, no a intereses corporativos extractivos.
  • Comunes creativos gestionados: Espacios donde las obras puedan ser libremente exploradas y reinterpretadas, con sistemas para distribuir valor a los contribuyentes originales.
  • Métricas de impacto regenerativo: Nuevas formas de evaluar el éxito creativo no por ventas o alcance, sino por contribución al bienestar humano y planetario.

La transmutación que ya está en marcha

Mientras estos debates continúan, la realidad es que la transmutación ya está ocurriendo. La inteligencia artificial, como ese fuego primordial, no esperará a que resolvamos nuestros dilemas conceptuales. Continuará transformando cómo creamos, compartimos y evolucionamos ideas.

Los líderes de equipos creativos tienen ahora una extraordinaria responsabilidad: no simplemente defender el statu quo ni rendirse pasivamente ante lo nuevo, sino participar activamente en la alquimia que definirá cómo la creatividad humana florece en esta nueva era.

Esta responsabilidad implica un imperativo ético renovado. No basta con preguntarse "¿cómo puedo proteger mi creación?" sino "¿al servicio de qué estoy creando?". En un mundo donde la capacidad productiva creativa se multiplica exponencialmente, la pregunta sobre el propósito de esa creación se vuelve aún más crucial. Los líderes están llamados a establecer nuevos estándares que prioricen el florecimiento humano colectivo sobre la manipulación y el consumismo.

Como es costumbre en La Cápsula, no buscamos respuestas simples, sino preguntas que transformen:

  • ¿Qué formas de reconocimiento y compensación pueden nutrir tanto al creador individual como al ecosistema creativo?
  • ¿Cómo podemos honrar las contribuciones pasadas mientras liberamos su potencial para inspirar lo nuevo?
  • ¿Qué estructuras necesitamos diseñar para que la abundancia digital beneficie al mayor número posible de creadores y no solo a los intermediarios o plataformas?
  • ¿Al servicio de qué valores queremos poner nuestro poder creativo ampliado por la inteligencia artificial?
  • ¿Cómo podemos redefinir el éxito en la creación, más allá del consumo y la escala, hacia métricas de bienestar humano genuino?

El fuego de la inteligencia artificial seguirá ardiendo.

Nuestra tarea no es apagarlo ni dejarlo sin control, sino aprender a danzar con sus llamas: transformarlo en hogar en vez de incendio, en herramienta de transformación consciente en lugar de destrucción involuntaria.

Un legado intergeneracional

Hay una dimensión de esta transformación que trasciende los debates sobre propiedad intelectual o modelos de negocio. En este preciso momento histórico, los adultos de hoy estamos tomando decisiones que redefinirán fundamentalmente qué significa ser humano para generaciones que aún no han nacido.

La tecnología que tenemos a nuestro alcance y las estructuras que construyamos en torno a ella no solo determinarán quiénes somos, sino quiénes podremos llegar a ser como especie.

Este poder conlleva una responsabilidad intergeneracional ineludible.

Para aquellos líderes que son padres, tíos, mentores o simplemente adultos conscientes:

¿Cómo miraremos a los ojos a las generaciones futuras?

¿Lo haremos con el orgullo de quienes supieron gestionar sabiamente una transición histórica?
¿O con el pesar de quienes, por defender intereses inmediatos o temores comprensibles, no lograron elevarse a la altura del momento?

La historia nos mira. Tanto la que se escribirá sobre nosotros como la que vivirán quienes vengan después. Nuestras decisiones creativas trascienden lo profesional y comercial, son actos de responsabilidad histórica.

Y tú, ¿cómo estás navegando estas aguas cambiantes?

¿Qué estructuras estás reimaginando en tu propio trabajo creativo?

La conversación continúa en nuestra próxima tertulia mensual, donde exploraremos casos prácticos de creadores que están encontrando nuevos caminos en este territorio inexplorado.

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